Era silencioso el camino que nos separaba de la casa grande. La habíamos dejado hacia dos días, mochila al hombro, mangas largas para cubrirnos del sol y la arena. Estábamos extraviados y Julián nos miraba tratando de consolarnos. Julián no quería detenerse para no perder el ritmo, pero en realidad no sabíamos hacia donde ir. Se impacientaba. La brusca caída de mi hermana nos sobresalto. Sus ojos fríos y fijos me atemorizaron. Estoy cansada, lloriqueo y tengo sed. El sol bajaba rápidamente sobre el horizonte, se levanto una hiriente ventisca que me lleno de malhumor. No sabíamos si nuestros cuerpos deshidratados soportarían una noche más sin cobijo. Se escucharon ruidos; parecían cercanos, alzamos nuestras manos y saltamos emocionados. La pequeña cayo exhausta bajo el latigazo del viento y la arenisca, rasgadas. Mientras las estrellas nos cubrían, percibí que Julián también temblaba. Los tres nos abrazamos. A la mañana siguiente mi hermana no se movía, desanimada, apenas respiraba. La copio en brazos. Yo ya no lloraba. Seguimos en silencio hacia el nacimiento del sol, en busca de la vieja casa.
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Mini relato Avisos
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